jueves, 22 de abril de 2010

EL VERANO ( HISTORIA ENVIADA POR JOHN )

Era verano y hacía calor.
Decidí cortarme el pelo corto, muy corto.
Yo no sabía nada de los números de la máquina, si el dos, uno o cero. Sólo sabía que lo quería más corto. Me fui a mi peluquero Fernando.
Sentado en la silla, comenzó el discurso. No aquí, un poco aquí ... pero él no me dejaba hablar.

-No, no, yo sé bien lo que quieres.
Entonces me callé y le dejé hacer.
Fernando cree que es un artista --y quizá sea así- y después de media hora de trabajo me pareció que yo estaba igual como había entrado. Tal vez un poco más corto en la nuca, pero el resto parecía igual. Orgulloso de su trabajo me mostró su obra en el espejo.
Le dije que no me gustaba, que para aquello yo no hubiese ido, que yo quería el pelo corto.
Así comenzó un discurso sobre las proporciones, que si que corta de aquí, se corta de allá... Le dije a cortar aquí y allá.
Con la prudencia con la que sostenía las tijeras, me di cuenta de que no iría muy lejos. Le dije claramente que en los lados y el cuello que lo quería pelado.
Comenzó a regañadientes, pero con unas tijeras nunca terminaba.
Le sugerí que usara la maquinilla, pero dijo que la máquina no era para mí. Llevábamos ya más de tres cuartos de hora, de modo que su ayudante y amigo empezó a hablar con nosotros.
Él también dijo que me podría pasar la maquinilla, pero Fernando estaba orgulloso de su corte y no quería estropearlo.
Me di cuenta de que nunca iba a terminar. Entonces le dije que Fernando algo que él no esperaba: "Mira, así no me gusta. Quiero un corte de pelo de hombre. Aún no lo has entendido?"

Reaccionó rápido. Con furia, tomó una máquina que estaba sobre la mesa, la puso en marcha y antes de que yo tuviera tiempo para pensar, me le puso en la cabeza empezando desde la frente.
Como un loco gritaba: "Eso querías? Pues, toma!" Yo no reaccioné, me quedé quieto y en silencio. Con tres o cuatro pasos de la máquina, vi que de mi cabeza se veía la piel blanca, blanca.
Fernando se detuvo un momento, me miró a la cara esperando mi reacción. Hice una pausa dramática y luego sonreí.
Era eso lo que yo quería, pero no lo había dicho.
Cuando terminó le sugerí que me afeitase la cabeza.
Lo hizo su ayudante, con espuma y cuchilla. Cuando me pasé la mano por la cabeza descubrí una piel fina y dulce que ha sido un placer al tacto
Ese verano me fui cuatro o cinco veces a Fernando. Él me pasaba la máquina y su ayudante me afeitaba la cabeza, que brillaba como una bola de billar.

No hay comentarios: