lunes, 26 de abril de 2010

TURQUIA

En 1997 me encontraba de vacaciones en Turquía con unos amigos. En algún momento, tal vez por aburrimiento, se decidió que todos teníamos que robar algo: un libro, una guía turístico, un lápiz, una postal. Existía el riesgo y el temor de ser capturado. Y esto pareció emocionante.
Tuve la mala suerte de robar en una tienda de recuerdos para turistas donde - me enteré demasiado tarde - siempre robaban. Alguien gritó algo en turco y en pocos segundos apareció un coche con tres policías. En un inglés promitivo traté de decir que era una broma, que quería pagar, pero no me entiendían o no querían enterderme. Me metieron en un coche.
A los pocos minutos estábamos en la comisaría de policía. Entramos en una habitación oscura, oscura, ya que no tenía ventanas. Hacía mucho calor y los policías iban sin camisa. Había un olor fuerte a hombre, a cuartel. Me hicieron sentar en un banco. Entonces comenzaron a pelearse entre ellos. Yo estaba muy asustado. El que más gritaba me hizo sentar en una silla. En un momento, me mostró una máquina de cortar el pelo. Me imaginaba lo que quería hacer y así que comencé con "Please, no, no!". Puso la máquina sobre mi cabeza y mi corazón comenzó a bombear a mil cuando vi que acercó la máquina eléctrica a mi frente. Al mismo momento me llegó un olor muy fuerte. Ese policía, joven y musculoso, estaba todo sudado. Súbitamente sentí el frío de la máquina en la cabeza. Además, el fuerte olor de las axilas del policía casi me hacía desmayar. Después lo supe: los turcos, que son asiáticos, usan aún los olores del cuerpo de forma animal, de una manera que la civilización occidental ha olvidado a base de colonias, desodorantes y perfumes. Los hombres de Turquía, para ser hombres verdaderos, tienen que oler a hombre, y un policía mucho más. El olor de macho debe inspirar temor y respeto. Así que me encontré con un policía que me rapaba la cabeza empezando por la parte delantera. Había poca luz en ese cuarto, pero suficiente para notar en la puerta de crista, que me servía de espejo, que me pelaba al cero absoluto. Con terror vi que después de haberme rapado la mitad de cabeza, apareció la piel, blanca, blanca. Con cuatro o cinco pasadas me dejó pelado al cero. Era julio y estaba muy bronceado. O sea que se me veía la peil muy blanca. No era un corte de "skinhead" como había hecho unb amigo mío, sinó una rapada de prisión.
Después de haberme rapado la cabeza, el policía se echó a reír y llamó a sus camaradas. Antes de que pudiera pensar algo, sentí que me ponían unas esposas. Me sentí levantado por dos hombres y me hicieron caminar hacia la salida. Fuera el sol brillaba y la gente parecía que me esperase. Oí gritos. Uno gritaba más y lo reconocí como el dueño de la tienda donde yo había robado. Cerré los ojos pensando que me golpearía, pero tengo dos brazos fuertes de los policías lo apartaron. En cuestión de segundos pude entender lo que pasaba: me querian exhibir como ladrón. Pensé en mi familia, que se hubiesen muerto de vergüenza al verme con la cabeza rapada, esposado, caminando por la calle entre dos policías turcos. Alguien me hizo una foto. Bajé la cabeza àra no ver la gente. Recuerdo que miré hacia abajo y me vi las manos esposadas. En la parte de las muñecas había una mierda negra de Dios sabe cuántos las habían llevado.
Cuando me hicieron subir unas escaleras vi que estábamos de regreso a la comisaría. En lugar de regresar a la planta baja me bajaron al sótano. Había algunas celdas. Me hicieron entrar cerraron la puerta. Me sentí como un animal y este es un sentimiento difícil de explicar. Estaba solo en una celda de 3 a 4 metros. Después llegó un policía que parecía mandar más los otros bien que llevaba el mismo uniforme. Este hablaba Inglés mejor que yo. Dijo que mientras no viniese el cónsul francés, que me quedaría allí. Entonces me dio una ropa de color verde oscuro. Era un mono. Él me dijo que tenía que desnudarme y ponérmelo. El olor y las manchas de sudor seco de la parte de las axilas confirmaba que era una prenda usada y sin lavar. Empecé con disgusto a ponerme el mono. La cremallera estaba rota y me quedaba el pecho al aire. El oficial, jefe o lo que fuese, sonrió de satisfacción al verme vestido de presidiario turco.
Al día siguienet vino el cónsul. Se enojó y me dijo que en un mes yo era el tercer francés capturado por robar. Me dijo que no era legal exhibir una persona por la calle y menos de haberme rapado, que si quería hacer una protesta o reclamación. Yo quería salir de inmediato. Con su coche me llevó al aeropuerto. Tuve que esperar horas y horas. Regresé solo a Marsella. Tuve que inventar que había vuelto antes porque he había intoxicado con la comida. Cuando se sorprenían por mi cabeza rapada, dije que una apuesta y que otros amigos también se habían pelado.

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